Un fenómeno impensado hace apenas un par de años se ha convertido en el paisaje habitual de los fines de semana en Mendoza: miles de ciudadanos chilenos cruzan la Cordillera de los Andes no ya por turismo, sino con el objetivo principal de llenar sus baúles de mercadería. La imagen histórica del argentino viajando a Chile para comprar tecnología y ropa ha dado un vuelco de 180 grados. Hoy, los supermercados, mayoristas y farmacias de Mendoza son el nuevo destino de compras para los vecinos trasandinos, en una inversión de roles que asombra a todos.
Este cambio de tendencia es el resultado directo de una combinación de factores económicos. Por un lado, la persistente devaluación del peso argentino ha hecho que productos de consumo masivo, desde alimentos y artículos de limpieza hasta medicamentos y cosméticos, sean significativamente más baratos en Argentina que en Chile, incluso para quienes deben afrontar el costo del viaje y el combustible. Por otro lado, la economía chilena, si bien más estable, atraviesa un período de alta inflación para sus estándares históricos, lo que ha encarecido el costo de vida y ha impulsado a sus ciudadanos a buscar alternativas para hacer rendir su dinero.
Las patentes chilenas se multiplican en los estacionamientos de los grandes hipermercados mendocinos. Los compradores, armados con calculadoras y listas detalladas, comparan precios y aprovechan las ofertas. Los productos más buscados son aceite, harina, fideos, productos de limpieza de primeras marcas y, sorprendentemente, medicamentos de venta libre, que en Chile pueden costar hasta tres o cuatro veces más. «Con lo que gasto en una compra del mes en Santiago, acá en Mendoza lleno dos carros y me sobra dinero para la bencina (nafta) y el alojamiento», comentaba a un medio local un padre de familia de Los Andes, Chile, mientras cargaba su camioneta.
El impacto en la economía local es de doble filo. Por un lado, representa una inyección de divisas y un alivio para el sector comercial, que ve un aumento notable en sus ventas. Hoteles, restaurantes y estaciones de servicio también se benefician de este éxodo de compras. Sin embargo, también genera tensiones. Algunos comerciantes son acusados de aumentar los precios al notar la alta demanda extranjera, y en las góndolas, ciertos productos de alta rotación a veces escasean, generando malestar en los consumidores locales que deben competir por la misma mercadería.
El gobierno provincial observa el fenómeno con atención. Si bien celebra el impulso al comercio, también monitorea la situación para evitar desabastecimientos o una escalada de precios injustificada. Se habla de «turismo de supermercado» como una nueva modalidad que Mendoza no había explotado. Lo que es innegable es que la cordillera ya no es una barrera, sino un puente para una economía de frontera cada vez más dinámica y sujeta a los vaivenes macroeconómicos de ambos países. Para los mendocinos, ver los carros repletos de los vecinos chilenos es un recordatorio tangible y asombroso de cómo la realidad económica puede cambiar drásticamente en muy poco tiempo.