La frontera entre la amistad y la tragedia se desvaneció en una fracción de segundo en una vivienda de Guaymallén. Un joven de 21 años, identificado como Kevin M., fue asesinado de un disparo certero en el cuello, y el principal sospechoso es la persona que hasta ese momento compartía risas y confidencias con él: su propio amigo. La versión del presunto autor, un muchacho de su misma edad, es tan simple como escalofriante: «Estábamos manipulando un arma y se me escapó el tiro». Esta confesión, brindada a los primeros efectivos policiales que llegaron a la escena del crimen, abrió un complejo expediente judicial que busca determinar si se trató de un homicidio culposo o de un acto con intencionalidad.
El hecho ocurrió durante la tarde del miércoles en el interior de una casa del barrio Lihué, una zona de trabajadores sacudida por el suceso. Según las primeras reconstrucciones, los dos jóvenes se encontraban solos en una de las habitaciones. El sonido del disparo alertó a los vecinos, quienes llamaron inmediatamente al 911. Al llegar, los paramédicos del Servicio de Emergencias Coordinado (SEC) encontraron a Kevin tendido en el suelo en medio de un charco de sangre, ya sin signos vitales. La bala había impactado en una zona letal. Su amigo, en un evidente estado de shock, solo atinaba a repetir la misma frase sobre el supuesto accidente.
El arma, un revólver calibre 22, fue secuestrada en el lugar y será una pieza clave para la investigación que lidera el fiscal de Homicidios, Carlos Torres. Los peritos de la Policía Científica trabajaron durante horas en la escena para recolectar pruebas que puedan confirmar o refutar la versión del único detenido. Mientras tanto, la familia de la víctima está sumida en un profundo dolor y exige justicia. «No creemos en los accidentes, queremos saber qué pasó realmente», declaró un primo de Kevin, poniendo un manto de duda sobre la confesión y alimentando la sospecha de que detrás de esta tragedia podría ocultarse una verdad mucho más siniestra.
