La fotografía de Javier Milei junto a Jamie Dimon, CEO de JP Morgan y una de las figuras más influyentes de Wall Street, no fue solo un gesto de camaradería; fue una señal inequívoca sobre el futuro económico del país. El encuentro, realizado en la víspera de las elecciones, funcionó como un termómetro para medir la verdadera disposición de los grandes capitales a inyectar billones de dólares en la economía argentina. El mensaje público fue de optimismo, pero la conversación privada tuvo un tono mucho más pragmático, develando el mensaje secreto que el establishment financiero le transmitió al Presidente.
Wall Street necesita algo clave y no es solo el superávit fiscal que tanto celebra el Gobierno. La condición primordial que frena la llegada de las inversiones millonarias a la Argentina es la seguridad jurídica y, más precisamente, la estabilidad política a largo plazo. Según fuentes presentes en el cónclave, Jamie Dimon y el Consejo de JP Morgan no dudaron en elogiar la velocidad de las reformas macroeconómicas, pero señalaron un punto de inflexión crítico: la gobernabilidad. Los inversores temen que los logros económicos sean reversibles ante un cambio de signo político o una crisis institucional, algo que en Argentina ha sido una constante.
La expectación del mercado es palpable. Los fondos de inversión están listos con sus chequeras, pero esperan garantías de que las reglas de juego no cambiarán en el mediano plazo. La inclusión de un nuevo canciller con expertise financiero, sumado a las figuras clave del equipo económico, es un guiño positivo que busca generar confianza, pero es insuficiente. Lo que Wall Street necesita es ver al Presidente consolidar su apoyo político en el Congreso, logrando consensos que blinden la desregulación económica de futuras embestidas. Sin ese paraguas legislativo, el capital se mantendrá en modo «observación».
La promesa de una Argentina abierta al mundo es atractiva para Dimon, pero la historia reciente enseña a los banqueros a ser cautelosos. El capital es cobarde, y la reunión con el mandamás de JP Morgan fue el recordatorio de que la batalla más dura de Milei no es contra la inflación, sino contra la desconfianza histórica. La única condición para que los dólares comiencen a fluir masivamente es un pacto político-económico trascendental, una demostración de fuerza que asegure que el camino de la libertad económica es irreversible. Si el Gobierno logra este algo clave, el boom inversor soñado dejará de ser una promesa de campaña para convertirse en realidad. La pelota está en el tejado político.




