El Tribunal de San Rafael se convirtió en un escenario de profunda tristeza y horror durante la tercera jornada del juicio por el asesinato de Luciano Gómez, el joven de 18 años que murió tras ser apuñalado en una fiesta. La declaración del médico legista y la posterior utilización de un maniquí para graficar las 11 puñaladas que recibió la víctima fueron una herramienta tan didáctica para la Justicia como desgarradora para los presentes.
El peritaje forense detalló con escalofriante precisión la mecánica del ataque. El maniquí, vestido para la ocasión, sirvió para marcar la ubicación exacta de las once heridas de arma blanca, un ejercicio visual que reveló la naturaleza «inhumana» y la alevosía con la que actuaron los acusados. Lo que generó mayor tristeza fue la revelación de que seis de las once puñaladas fueron infligidas por la espalda, lo que sugiere que Luciano Gómez fue atacado cuando ya estaba indefenso, posiblemente en el suelo.
El médico legista explicó que, si bien una de las heridas fue la mortal por afectar órganos vitales, la multiplicidad de lesiones no letales evidenció una intención de causar un sufrimiento extremo. Este detalle es crucial para la carátula de la causa y la posible aplicación de la prisión perpetua. La imagen del maniquí, marcando cada perforación con indicadores, fue un recordatorio visual de la violencia injustificada que le costó la vida a un adolescente.
Para la familia de Luciano Gómez, este testimonio fue un revivir del dolor, un paso necesario en la búsqueda de justicia. San Rafael, que sigue de cerca el desarrollo del juicio, se mantiene conmocionada. El uso del maniquí cumplió su objetivo judicial: clarificar ante el jurado la brutalidad del hecho. Pero en el corazón de la gente, solo dejó una inmensa tristeza por una vida joven truncada y un fuerte clamor para que los responsables de un crimen tan atroz reciban la pena máxima. La justicia en el caso de Luciano Gómez debe honrar su memoria y la promesa de un castigo ejemplar.
