El espacio ultraterrestre se ha convertido en el nuevo escenario de la Guerra Fría. La reciente modificación de órbita de un satélite ruso, que se ha acercado peligrosamente a satélites de telecomunicaciones occidentales, ha generado un profundo miedo y preocupación en el Pentágono. La presencia de este dispositivo de «doble uso» (civil y militar) es vista como una clara acción de espionaje en una zona crítica.
El miedo se debe a la ambigüedad del satélite ruso. Aunque Moscú alega que es un satélite de investigación científica, los análisis de radar sugieren que posee capacidades avanzadas de maniobra y un sistema de sensores de alta resolución que pueden realizar espionaje detallado a baja órbita. Al acercarse a satélites clave de Estados Unidos y la OTAN, el satélite ruso podría estar «inspeccionando» o «cartografiando» la infraestructura de comunicaciones militares.
El miedo es que este espionaje no es solo fotográfico. Los expertos temen que el satélite ruso pueda interferir o, en el peor de los casos, dañar los satélites occidentales, paralizando las comunicaciones críticas. Esta acción es vista como una escalada que lleva el conflicto a una nueva dimensión: el espacio. La preocupación es que no existe un marco legal internacional claro que regule este tipo de espionaje satelital.
La respuesta de Estados Unidos ha sido cautelosa, pero firme. Se ha incrementado la vigilancia de los movimientos del satélite ruso y se ha emitido una advertencia formal a Moscú. El miedo global es que un error de cálculo en el espacio pueda desatar una respuesta en la Tierra. El espionaje satelital es la nueva forma de guerra fría, y la preocupación es que la falta de protocolos de seguridad pueda llevar a un incidente de consecuencias imprevisibles.
