La humanidad ha puesto su mirada en la colonización de Marte, un objetivo que impulsa a empresas como SpaceX y la propia NASA. Sin embargo, la ciencia ha lanzado un jarro de agua fría sobre estas ambiciones. Un nuevo estudio interdisciplinario, que analizó los datos de la Estación Espacial Internacional y misiones no tripuladas, reveló que existe un «límite real» y hasta ahora ignorado para los viajes espaciales de larga duración, un hallazgo que ha desatado el asombro científico y obliga a repensar el diseño de las naves.
El «límite real» no es de propulsión ni de tecnología de soporte vital, sino de biología y física. Se trata de la radiación cósmica galáctica (GCR), partículas de alta energía que penetran incluso el blindaje más avanzado de las naves. El asombro reside en que la GCR, que viaja a velocidades cercanas a la luz, es más perjudicial para el tejido nervioso central de lo que se creía.
El estudio demostró que la exposición prolongada a la GCR, como la que ocurriría en un viaje de seis a nueve meses a Marte, provoca daño cerebral significativo en modelos de laboratorio, afectando la conectividad neuronal y acelerando el deterioro cognitivo. Esto significa que los astronautas que lleguen a Marte podrían sufrir pérdidas de memoria, dificultades de concentración y un aumento del riesgo de enfermedades neurodegenerativas, lo que constituye un límite real para la misión.
La radiación cósmica es un obstáculo que no puede resolverse simplemente con escudos más gruesos. Los GCR son tan energéticos que al golpear un escudo de metal, generan radiación secundaria (neutrones) que es igualmente dañina. El asombro de la comunidad científica radica en que este factor biológico ahora se convierte en el principal cuello de botella de los viajes espaciales.
Esto obliga a los ingenieros a explorar soluciones radicales, como el uso de escudos magnéticos activos o el diseño de naves que utilicen el agua como material de blindaje, pero todo esto incrementa la masa y el costo de la misión. La promesa de la nota es cumplida al exponer el límite real (el daño de la radiación cósmica al cerebro) y el asombro que esto genera al desafiar la viabilidad de los viajes espaciales largos.




