El sindicalismo argentino, pilar histórico de la política nacional, se enfrenta a una crisis de representación que obliga a una profunda reflexión. Un reciente estudio sobre la edad y la composición de los cuerpos directivos sindicales arrojó un «dato crudo» que expone la brecha entre la cúpula y la base.
El «dato crudo» es que la edad promedio de los principales líderes sindicales supera los 65 años, mientras que la edad activa de la fuerza laboral se concentra entre los 25 y 45 años. Esta diferencia generacional no es solo una anécdota, sino un problema de representatividad. La reflexión necesaria es si los intereses de la juventud trabajadora, más ligada a la tecnología, los freelancers y los trabajos no tradicionales, están siendo representados por una dirigencia forjada en el modelo industrial del siglo pasado.
La reflexión es doble: hacia afuera, el sindicalismo argentino es visto por muchos jóvenes como una casta más, alejada de sus problemáticas; hacia adentro, los sindicatos luchan por atraer a los nuevos trabajadores.
El futuro del sindicalismo argentino depende de su capacidad de renovación y de su apertura a nuevas formas de trabajo. La reflexión es la única vía para evitar la irrelevancia en el siglo XXI.




